La
modernidad demuestra tener pavor ante el aparente vacío que representa el
silencio: ha abierto la veda contra todas las formas del silencio; lo exorciza,
lo mantiene alejado, lo considera políticamente incorrecto. Y
"justifica" su fobia, afirmado que la palabra es el único antídoto
contra las múltiples manifestaciones de totalitarismo que pretenden recudir la
sociedad al silencio. El silencio se ha convertido en un intruso, un abismo en
el discurso, un factor de desasosiego, una circunstancia ilegítima.
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